Ahora que las restricciones se han reducido muchísimo, depende de cada uno de nosotros no retroceder en lo avanzado, ser responsables. A la vista de los rebrotes, no lo debemos de estar haciendo del todo bien. ¿Nos estamos relajando? ¿Todos? ¿Unos más que otros? Hay un colectivo al que se le acusa, más que a ninguno, de no cumplir las normas: los adolescentes. ¿Es así? ¿Cómo podemos conseguir que se pongan la mascarilla y mantengan la distancia de seguridad sin tener que estar todo el día detrás de ellos? De esto vamos a hablar con el profesor y coach de familias Francisco Castaño, que acaba de publicar el libro La mejor versión de tu hijo.
- Francisco, ¿son los adolescentes el colectivo al que más le está costando cumplir las normas, o estamos siendo muy injustos con ellos?
Lo primero de todo, no demonicemos a los adolescentes. Yo voy a la calle y hay adolescentes que no llevan mascarilla, pero también adultos. Además, es importante que nos pongamos en su lugar. Ellos son rebeldía, no podemos pretender que cumplan las normas sin rechistar. Tampoco podemos caer en la imposición: “si no te pones la mascarilla no sales de casa”. Porque va a salir por la puerta y se la va a quitar. Por tanto, hay que entender su falta de conciencia de riesgo. Lo único que podemos hacer como padres es cumplir nosotros todas las medidas, para que ellos nos vean hacerlo y explicarles la importancia del asunto, para que ellos sepan lo que es correcto. Pero, sobre todo, entender. Porque, ¿quién no se ha puesto en riesgo cuando era adolescente? Todos. Y un adolescente que lleva 3 meses sin ver a su novia, ¿quién le dice que mantenga ahora la distancia de dos metros?
- ¿Ha sido el colectivo que peor lo ha pasado durante el confinamiento? Por esa necesidad de vida social que tienen, de estar en contacto con su grupo de iguales…
Yo no diría que haya habido un colectivo que lo ha pasado peor que otro. Mal lo han pasado algunas personas, algunos adultos, algunos niños, algunos adolescentes… pero no un colectivo concreto. ¿Los adolescentes lo han pasado mal? Habrá que sí, pero hay muchos que no, que han estado tan a gusto en casa, comunicándose a través de Internet con sus amigos.
- Francisco, acabas de publicar el libro La mejor versión de tu hijo, en el título ya lo dejas claro, que nuestro hijo sea la mejor versión de sí mismo, en gran parte, depende de nosotros, los padres… ¿Estamos capacitados para una tarea de tales dimensiones?
Sí, por supuesto. El tema es que nos tenemos que formar. Antes educar era más fácil, porque vivíamos en una sociedad más sencilla, los valores estaban implícitos en el ambiente… Y, además, había muchas menos cosas que educar. Ahora, con las redes sociales, Internet, la televisión… hay muchos inputs. Y hay que formarse. Se hacen muchos cursos de formación para muchas cosas (trabajo, aficiones…) pero para la labor más importante, la educación de nuestros hijos, no nos formamos tanto.
- A pesar de que la sociedad ha cambiado, seguimos reproduciendo muchos de los comportamientos o de las técnicas que utilizaron nuestros padres con nosotros. ¿Tenemos que reinventarnos?
La sociedad de ahora no tiene nada que ver con la de antes. Entonces, no podemos educar de la misma manera que nos educaron a nosotros. Hay nuevos retos, y tenemos que estar preparados para afrontarlos. T Tenemos que educar en esta sociedad, la que nos ha tocado vivir, no la que vivieron nuestros padres, que era totalmente diferente.
- Normas, límites y cariño dices que es la receta mágica en el trato con nuestros hijos…
Los hijos necesitan muchísimo cariño. Más que comida, fíjate. Pero esto no está reñido con poner límites y ser firmes. Yo a mis hijos les doy muchísimo cariño… pero eso no quita que ellos sepan que tienen que estar en casa a las once, y que tienen que recoger la mesa y echar la ropa sucia al cesto… Y ser firmes no es ser autoritarios, es, simplemente poner unos límites y unas normas.
- Dices en el libro que ser comprensivo no es lo mismo que ser permisivo. La teoría nos la sabemos. Sin embargo, al ponerla en práctica, solemos confundir estos dos conceptos. ¿Estás de acuerdo?
Yo puedo entender que mi hijo llegue tarde un día. Eso es ser comprensivo. Por ejemplo, mi hijo va detrás de una chica, y no le ha hecho caso en todo el curso, pero ese día se pone a hablar con él a las 20’50 y a las 21 horas tiene que estar en casa. Pues es lógico que ese día llegue tarde. Y es tan lógico que yo lo comprendo, pero no soy permisivo. Mañana tendrá que venir antes a casa, a recuperar el tiempo de más que se tomó el día anterior. Esa es la diferencia entre comprensivo y permisivo. Si yo le permito que llegue tarde hoy, mañana no se tomará en serio llegar puntual. No vivirá las consecuencias de sus actos.
- Tocas en el libro el tema de las expectativas… y resumes este capítulo con una frase: “hay que educar al hijo que tenemos, no al que nos gustaría tener”.
Claro. Cuando yo era niño, las expectativas eran que todos fuéramos a la universidad, porque nuestros padres no habían podido ir. Con los hijos hay que tener ilusiones, no expectativas. Si te generas expectativas estás perdido. Porque como tu hijo no las cumpla, tú te frustras y a tu hijo le bajas la autoestima. Y la ilusión si es importante, hay que tener ilusión por acompañar a tu hijo en la búsqueda de su mejor versión. Y si a tu hijo le gusta ser carpintero, tu papel es ayudarle a que sea el mejor carpintero del mundo.
- ¿Cuál es, según tu punto de vista, el principal error que cometemos madres y padres en la actualidad?
Dice el Doctor Daniel López Rosetti, jefe del servicio de Medicina del estrés del Hospital San Isidro, de Buenos Aires, el cual tiene un estudio sobre la felicidad, que “una persona es feliz cuando tiene calidad de vida”, que no es lo mismo que nivel de vida. Nivel de vida es tener un Ferrari en la puerta y tres millones de euros en la cuenta del banco. Calidad de vida es cuando la diferencia entre lo que tienes y lo que deseas es pequeña. ¿Qué hacemos los padres para hacer felices a nuestros hijos? Aumentamos lo que tienen para llegar a lo que desean, aun cuando lo que les damos se escapa totalmente a nuestras posibilidades. Y no solo hablo de lo material, también me refiero a dejar que lleguen tarde todos los días, etc… El problema es que cuando más aumentamos lo que tienen, más aumentan sus deseos. El aumento es exponencial. Por tanto, nunca son capaces de ser felices. El problema es ese, buscamos su felicidad concediéndoles todo y es al revés, tenemos que hacerles ver que no pueden tener todo lo que quieren, lo que les va a hacer sentir mejor emocionalmente. Tenemos que aprender a decir NO a nuestros hijos. Esto no les va a hacer infelices, todo lo contrario.
- Francisco, volvamos a la adolescencia, la etapa de la vida de nuestros hijos que peor prensa tiene… ¿Por qué nos da tanto miedo? ¿Es tan grave como la pintan?
Tenemos que tener claro que en la adolescencia nuestros hijos son un bote de hormonas en ebullición, empiezan a tener juicio crítico y, por tanto, empiezan a posicionarse y a revelarse. Además, lo que dice su amigo Javier que tiene 14 años de experiencia vital es lo que más vale. Esto tenemos que tenerlo claro de antemano. La adolescencia es rebeldía. ¿Te imaginas que tus hijos pudieran ver ahora en YouTube lo que nosotros hacíamos con 15 años? Claro, eso te hace reflexionar. Convendría que nos acordáramos cómo éramos nosotros con su edad, pero se nos olvida. ¿Hay que tener, por tanto, miedo a la adolescencia? No. Depende de lo que hagas entre los 0 y los 12, la adolescencia de nuestros hijos va a ser, más o menos, difícil.
- Comunicarse con nuestros hijos no es interrogarlos, dices en el libro, ¿algún otro consejo que consideres fundamental para aquellos padres que están en esta etapa?
La comunicación hay que incentivarla, ¿cómo? Hablando de las cosas que a ellos les interesan. Para un adolescente la pertenencia a un grupo es básica. Si en su grupo escuchan música trap, él también la va a escuchar. Pues tú tendrás que escuchar trap con tu hijo, ver sus canales de YouTube… sin juzgarles. El problema es que los padres solo queremos hablar con nuestros hijos de las notas, de los estudios, o de las normas que les ponemos. Entonces, mi consejo es: habla con tus hijos de las cosas que les interesan a ellos y estate preparado para escuchar cosas que no te gustan. No reacciones mal, traga saliva, porque si no luego no te va a contar nada.