“¿Cuál es el mayor obstáculo para el aprendizaje?” así comienza la autora de los bestsellers Educar en el asombro y Educar en la realidad, investigadora y divulgadora en el campo de la educación Catherine L’Ecuyer una maravillosa ponencia sobre los efectos de la hiperestimulación.
Aunque en épocas pasadas el problema principal y más estudiado fue la carencia de estímulos (demostrado en niños que habían pasado los primeros años de su vida en orfanatos), el panorama hoy en día es bien distinto. “En 2018 sabemos que si bien es verdad que la carencia es un problema para el aprendizaje, la sobreestimulación es igual de perjudicial. Hay estudios que lo confirman”, afirma la experta.
“Uno de esos estudios, realizado en 2011, consistió en dar bebidas gaseosas azucaradas a un grupo de personas durante un mes. Una vez finalizado dicho estudio se dieron cuenta de que esas personas tenían más dificultad para percibir sabores, porque habían sido expuestas a una altísima dosis de azúcar”. Catherine aterriza estos hallazgos en nuestra realidad diaria y nos habla de “cuando llevamos el bollo azucarado o las chuches de merienda a los niños, o cuando añadimos en las papillas azúcar o sal para ayudar a que coman mejor. Ese es el motivo por el que a los niños les cuesta tanto comerse una manzana, unas espinacas o unos garbanzos”. Esto ocurre porque “cuando el gusto está sobreestimulado, baja la sensibilidad, sube el umbral de sentir y ese niño necesita cada vez más estímulos artificiales para poder percibir las cualidades de los alimentos”.
Pero hay más. “Otro estudio de 2007 demuestra que existe una correlación entre el consumo de videojuegos violentos y la baja sensibilidad”, nos cuenta Catherine. Las personas participantes en el estudio que habían jugado mucho tenían más dificultad de reconocer un rostro alegre en una persona. Catherine apunta el porqué: “La capacidad de percibir la alegría en un rostro requiere sensibilidad, empatía. La violencia anestesia esa sensibilidad. Por lo tanto baja la sensibilidad, sube el umbral de sentir y escenas cada vez más violentas para poder sentirlas como tal».
El efecto de la pronografía en la educación sensorial
La pornografía, que busca lograr estados continuos de excitación, acaba aniquilando el placer, y por lo tanto la capacidad de sentir. Hace que el umbral de sentir suba a niveles muy altos, pero cuando se vuelve a un contexto de respeto, de lentitud, de ternura, uno ya no siente absolutamente nada y todo le parece demasiado aburrido”. Advierte que “hemos de explicar a nuestros jóvenes que, cuando ellos escogen tener experiencias con la pornografía, renuncian a otras experiencias quizás no tan fascinantes pero muchísimo más reales, bellas y verdaderas, porque tienen sentido”. Es un tema preocupante y sobre el que parece urgente actuar, porque según estadísticas del 2015, “el 62% de las niñas y el 93% de los niños han consumido pornografía en línea antes de los 18 años y la primera visualización ocurre a los 12 años, coincidiendo con la edad de introducción de los smartphones.
También existen estudios que relacionan “el consumo de pantalla en la infancia con la inatención más adelante”. Y añade: “una exposición prolongada a cambios rápidos de imágenes durante los primeros años de vida condicionaría la mente a niveles de estímulos más altos, lo que llevaría a una falta de atención más adelante en la vida”. De hecho, subraya L’Ecuyer, un estudio dice que “por cada hora diaria de consumo de pantalla antes de los tres años, hay un 10% más de probabilidad de tener inatención con siete”.
La educación sensorial y la Abeja Maya
Si comparamos los dibujos que vimos de pequeños con los que ven nuestros hijos nos daremos cuenta del cambio. “Cuando nosotros veíamos la Abeja Maya, volaba lentamente con Willy y era todo muy lento. Ahora están rehaciendo muchos de los contenidos que nosotros veíamos de pequeños pero a una velocidad vertiginosa”. Así, “el niño se acostumbra a esa velocidad, que no existe en el mundo real. Cuando vuelve al mundo real todo le aburre”. Nos cuenta Catherine una anécdota que compartió con ella una maestra en Alicante. Una niña de tres años, mientras ella contaba una historia, se levantó y le dijo: “Esto que estás contando no me gusta, passsa” e hizo el gesto de deslizar el dedo como hacemos en las pantallas táctiles. Catherine concluye que “esa niña no capta esa realidad lenta porque su sensibilidad no alcanza el umbral de sentir. Ella no se siente atraída por nada, porque no percibe las cosas y se aburre. Se siente apática y se vuelve completamente dependiente del entorno”.
Otra anécdota que nos cuenta Catherine, advirtiéndonos de que tal vez nos suene a broma, es que “en Youtube se ha habilitado la opción de ver los vídeos a más velocidad. Y entre los jóvenes se ha puesto de moda ver esos vídeos a velocidad doble y con voz de ardilla”. La explicación que encuentra Catherine es que “no podemos aguantar la lentitud”.
¿Cómo apostar por la educación sensorial ante este panorama?
Catherine nos ha ido desmadejando en su ponencia “un panorama desolador por esos padres y maestros que están luchando a diario” por recuperar la mirada de los niños, que en la actualidad son miradas ausentes, anestesiadas, desmotivadas, “esas miradas inadaptadas a la realidad”.
Y, ante este panorama, ¿qué hacemos? Catherine lo tiene claro: » llenar la vida de nuestros hijos con realidad, ayudarles a adaptarse a la realidad lenta. Tanto en casa como en las aulas, hemos de bajar el nivel de estrés”.
Catherine nos ofrece cinco ideas que nos invita a adaptar a nuestra realidad y a nuestra manera:
- Volver a actividades lentas, que requieren mucha paciencia, como la conversación, la lectura, la cocina o cosas tan sencillas como atarse los zapatos.
- Volver a entornos sobrios, con pocas cosas y cosas bellas. En lugar de juguetes complicados, “más material para tocar, para descubrir. La idea es que es el niño el que se ha de poner en marcha a través del juego, no es el juguete el que se ha de poner en marcha porque el niño está apretando botones”.
- Volver al juego desestructurado. “Los estudios dicen que a través del juego desestructurado los niños desarrollan unas funciones ejecutivas que son necesarias para el aprendizaje y el rendimiento académico: memoria de trabajo, capacidad atencional, planificación, capacidad de inhibición, que viene a ser el autocontrol, por cierto, muy necesario para el uso de las nuevas tecnologías”, subraya Catherine, que nos pone ejemplos como “jugar a restaurantes, al médico, llenar con vasitos de agua un agujero en la arena o admirar una fila de hormigas en el bosque o en la acera”.
- Conseguir que el mundo en tres dimensiones sea más atractivo que el mundo en dos dimensiones de las pantallas planas. Catherine ya reconoce que “es todo un reto”, pero que podremos empezar a abordarlo cuando “nosotros pensemos que el mundo en tres dimensiones es más atractivo que el mundo en dos dimensiones. Si ellos ven que nosotros también lo vemos es mucho más fácil que ellos lo entiendan”. Nos presenta la escena de una conversación en la que el adulto no despega los ojos de la pantalla de su móvil pero dice que está escuchando y subraya que “los niños saben perfectamente que prestar atención no es cuestión de escuchar solo, es cuestión de estar con los cinco sentidos».
- Aprender como educadores a ver las consecuencias que tienen elementos perjudiciales alrededor de nuestros hijos. Porque “nosotros también tenemos que recuperar esa sensibilidad que nos permite ver cuáles son los efectos del entorno que pueden afectar a nuestros hijos. No vale siempre decir: “Bueno, no es para tanto”. Esa frase refleja una actitud de tirar la toalla y de cinismo”, según Catherine, que pasa a enumerar esos elementos perjudiciales que nos rodean y rodean a nuestros hijos:
- El azúcar que alborota los sentidos y luego deja apático,
- Los ritmos audiovisuales que no se ajustan a los ritmos internos,
- La pornografía, la hipersexualización, que borran su sensibilidad y adelantan etapas,
- La tecnología en edades tempranas, que merma su atención,
- Las escasas horas de sueño,
- Las extraescolares, que son interminables.